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Sergio Gabriel Martínez

lunes, 21 de octubre de 2013

El boxeador logró un fenómeno de popularidad sin precedentes en nuestro país. Su talento indiscutible dentro del cuadrilátero, su prodigiosa zurda y su biografía propia de una ficción han puesto en crisis las construcciones dominantes en el mundo pugilístico. 
Sergio Gabriel Martínez nació el 21 de febrero de 1975. Las dificultades típicas de crecer en el seno de una familia de trabajadores fueron las primeras marcas que definieron a fuego su templanza. Segundo de tres hijos de Hugo Alberto y Susana Graciela vivió su infancia como la de cualquier pibe en Claypole. Parece que fue ayer cuando el barrio que inspiró al compositor Celedonio Flores cotejó sus caminatas al colegio y su pasión por el fútbol en más de uno de sus potreros. El periodo en que nació coincidió con que River Plate -el club de sus amores- cortó una racha de 18 años sin títulos, Carlos Monzón y Víctor Galíndez florearon sus cinturones de campeón en defensas ante Tony Licata y Jorge “Aconcagua” Ahumada en Nueva York y en el Luna Park -que hoy lo espera con los brazos abiertos-, le dijo Adiós Sui Generis al grupo liderado por Charly García y Nito Mestre.
Mientras cursaba el primer año del colegio secundario, mucho antes de ser “Maravilla”, su hermano mayor fue sorteado como conscripto para hacer el servició militar. Sergio, con solo 14 años, debió ponerse al servicio de las necesidades familiares y -de un día para otro- se vio obligado a abandonar sus estudios. Comenzó a colaborar con su padre en las changas que iban saliendo. Así conoció el oficio de soldador y otros ámbitos del mundo de la construcción con el fin de asegurar el pan que más de una vez escaseó. Días atrás en una entrevista televisiva contó: “en ese momento conocí lo que era una cena”. Aquella primera noche cuando llegó cansado de trabajar se sorprendió con un humeante plato de comida que suplantó al clásico mate cocido con pan que lo había alimentado toda su infancia.
Años más tarde, según él por una causalidad futbolística, entró por primera vez a un gimnasio de boxeo. De la mano de un tío, Rubén Paniagua, dio sus pasos iniciales como pugilista y rápidamente debutó con un triunfo como amateur con victoria ante José Pisani. Por entonces pasaba sus días de trabajo trepado en los tinglados y, mientras soldaba, soñaba subido a todo tipo de estructuras. Arriba de esos andamios el sudor frió y el dolor que retuerce a todo pugilista después de un combate se le hacía carne. Así se imaginó, una y mil veces, como iba a ser el momento en que por fin se corone campeón. Fue ahí, quien sabe si con la complicidad de un electrodo entre sus prodigiosas manos, donde se soñó en andas, muy lejos de casa y ante una inmensa multitud: “esa es una imagen que hoy con 17 años de carrera aun no viví” dijo recientemente.
Aquel camino en el amateurismo le permitió dos campeonatos argentinos, un título intercontinental y la participación en el Mundial de Hungría de 1997 con la Selección Nacional, junto a una camada de boxeadores ilustres, donde se destacaba Omar Narváez. La frustración de aquel sueño mundialista en cuartos de final en manos del rumano Adrián Diaconu –medallista en ese certamen y en 1999 – aceleró su debut profesional. El 27 de diciembre de 1997 en Ituzaingó su virtuosa zurda se cobró la primera víctima, Cristián Marcelo Vivas sucumbió ante su voraz hambre de gloria.
Un invicto de 17 peleas en escasos dos años lo catapultó como el precoz retador que podía hacerle frente al mexicano Antonio Margarito en el Mandalay Bay de las Vegas. La experiencia fue una verdadera desilusión pero a la vez –como el mismo Sergio ha dicho – refundacional para su carrera. “Esa noche me pasó por arriba un tren” indicó hace días cuando recordaba aquella pelea de febrero de 2000.  Miraríamos la mitad del vaso si solo se analizara lo que sucedió en el cuadrilátero de Nevada y la consecuencia de una mano destrozada que le costó más de un año de rehabilitación. La estafa real que significó volver con U$$ 900 dólares en el bolsillo (cuando la bolsa que le correspondía rondaba los U$$ 25.000) y la complejidad de vivir en un país que implosionaba en medio de una atroz crisis económica fueron gestando, sin lugar a dudas, una de las decisiones más importantes de su vida deportiva: emigrar a Europa.
Daniel Sempere, el personaje principal de “La sombra del viento”, la novela de Carlos Ruiz Zafón publicada en 2001 –una de las preferidas del incesante lector Sergio Martínez- comienza su narrativa recordando aquel amanecer en que su padre lo llevó por primera vez a visitar el Cementerio de los Libros Olvidados. Esa madrugada y la elección de un libro maldito marcaron el destino de la vida de este personaje para siempre. Paradójicamente septiembre de 2001 es un mes trascendental en la vida-destino de “Maravilla” Martínez. Con 26 años cumplidos, € 1.800 en el bolsillo y dos boletos a Roma –viajó junto a su pareja de entonces- Sergio recuerda el viaje como una peripecia interminable que duró cuatro días con robo de equipajes en el medio. Después de curar el sueño, el techo de un hostal español -Las Vegas- “de cero estrellas” lo encontró desvelado y sin saber qué hacer, cuando la angustia y las preguntas si había tomado la decisión correcta comenzaban a apoderarse de él. Fue ahí cuando un papel salvador con forma de bollo emergió de un bolsillo interno de su pantalón. Aquel número –de Pablo Sarmiento su actual entrenador – parecía ser la única carta que le quedaba por jugar.
Meses después Sergio Martínez, luego de haber sido cobijado por la familia Sarmiento, se la rebuscaba como entrenador de empresarios, seguridad de boliche y hasta llegó a bailar en un after de la noche madrileña con el fin de alcanzar lo que -tarde a tarde- había soñado trabajando a la sombra de su padre. Vivir sin papeles y sufrir, en algunos sentidos, los resabios de xenofobia que la sociedad española heredó como huella indeleble del franquismo eran el principal escollo para muchos de “los sudacas” que se la rebuscaban en la península hace diez años. Esto poco parecía importarle al gladiador surgido del sur del gran Buenos Aires, que desde las cinco de la mañana y hasta la medianoche le ponía el pecho a la adversidad con cinco trabajos diarios y tres entrenamientos a cuesta.
La dramática pedagogía que las clases dominantes han construido sobre el estereotipo del boxeador durante el siglo XX tiene una relación intima a la hipótesis de que el talento solo surge del dolor. Comúnmente alcanzan mayor consenso aquellos cuales meritos provienen de un sufrimiento arduamente trascendido. Aunque podrían enumerarse argumentos que refuten esta teoría, el hecho que Sergio Gabriel Martínez –uno de los tres mejores boxeadores libra por libra del planeta- haya tenido que camuflarse entre mendigos para pedir comida en CARITAS en el preludio de la que fue la pelea más importante de su carrera, no hace más que corroborarlo. Bajo de peso y con una dieta en proteínas en tiempo record Sergio caminaba por las calles de Manchesterd con un cable en la mano y una idea en mente: “no podía desperdiciar la oportunidad de mi (su) vida y le iba a arrancar la cabeza a quien se interponga en mi (su) camino”. Minutos más tarde, un grupo de mujeres inglesas, relojeaba a un joven que se movía sin parar debajo del cable que improvisaba las sogas de un ring. Solo él sabía que nada podría detenerlo, el hombre que en momentos enfrentaría a Richard Williams, estaba acostumbrado a mirar mas allá de las metas que se proponen el resto de los mortales y él, mejor que nadie, sabía que “todo comienza con un sueño”. El 23 de Junio de 2003, ante la mirada de su padre, se sobrepuso a la adversidad de haber caído en el tercer round, y con la boca y sus costillas destrozadas por los golpes se impuso como visitante donde, como suelen decir los especialistas, no gana nadie. El triunfo en suelo inglés “fue un punto de inflexión en su carrera” y la certeza de que no estaba loco. Luego llegó una seguidilla de triunfos confirmatorios, el ansiado cinturón, la fama, el dinero y la gloria pero nada de esto cambió los sueños de este fenómeno de nuestro tiempo.
“Pienso que soy como debería ser: una persona” afirma el astro cuando se autodefine e intenta explicar cómo no se mareó con sus logros y el reciente reconocimiento masivo. “Pude comprarle una casa a mi madre, a mis hermanos y puedo darme los gustos de vivir como  quiero pero por eso no voy a comer caviar si nunca comí caviar”. Argumentos como este lo constituyen en símbolo que rompe con los estereotipos vigentes en su deporte y despiertan el asombro de los generalizadores seriales de nuestro país. Su vida en la actualidad transita entre Madrid, Oxnard-California y Buenos Aires y con 37 años la obsesión de ser el número uno del mundo parece ser lo único que lo conmueve. "Mi meta es ser el número uno libra por libra y traigo ese sueño desde siempre en el boxeo. Y hasta que no sea el número uno libra por libra y pueda retirarme del boxeo diciendo 'hoy sí soy el mejor porque estoy en lo más alto', hasta ese día pienso seguir boxeando y eso puede tomarse un tiempo todavía, puede demorarse. Pero vamos, tampoco va a ser tanto, yo sé que cuando me den la oportunidad voy a estar ahí".

¿HACIA UN CAMBIO DE ÉPOCA?

El deporte como ninguna otra disciplina ha logrado en la historia de nuestro país construir referentes para las jóvenes generaciones y también la ilusión de que muchos mayores vean  reflejados los propios sueños que quedaron en el camino. La masificación de la figura de Sergio “Maravilla” Martínez y su consecuente popularización logró que las noticias de boxeo despierten el interésdel universo deportivo argentino. Ante la pregunta si este fenómeno actual puede influir dentro de la disciplina encontramos diferentes opiniones. Para Carlos Irusta, director de la revista especializada Ring Side“la mediatización del personaje seguramente es positiva, porque muchos querrán ser boxeadores siguiendo sus pasos (esto es: estar bien entrenado, tener actitud positiva, boxear bien, cuidarse, etc.) pero no veo de parte de la gente del boxeo -y menos de los dirigentes- un aprovechamiento de esta ´Moda Martínez`”. Ernesto Rodríguez III, Periodista especializado del diario Olé por su parte cree “que es un fenómeno muy personal. Por su naturaleza y por no estar inserto en el medio (Sergio es un outsider que vive en el extranjero y no responde a ciertos estereotipos) difícilmente otro boxeador pueda retroalimentarse de lo que produzca Martínez”. Mientras que Alberto Melián integrante del seleccionado argentino y flamante clasificado a los Juegos Olímpicos de Londres 2012 ve a Martínez como “un ejemplo no solo como boxeador sino como persona […] Yo me quiero guiar en base a lo que es él y el día de mañana encaminarme a lo que él logró cumpliendo sus objetivos por toda la confianza y seguridad que tiene. No solo es un ejemplo para nosotros los boxeadores sino para todos los deportistas”. Queda demostrado que la figura de Martínez –como la de Sergio Víctor Palma en su momento - no representa los estereotipos tradicionales que la sociedad construye sobre los boxeadores. Rodríguez “imagina” que el fenómeno actual puede ayudar a romper con estas clasificaciones. Irusta por su parte no se muestra tan optimista al respecto: “aunque muchos lo insinúen, algunos pocos lo digan y otros menos se callen, igual se sigue pensando en el boxeador como un negrito que se come las eses, aunque ya estén hoy, además de Martínez, los Narváez, las Bopp, el propio Maidana y unos cuantos más”.
Lo cierto es que el fenómeno Sergio “Maravilla” Martínez ha revolucionado las reglas vigentes dentro del planeta boxístico. Su “excelente sentido de distancia y tiempo para esquivar y contraatacar y su eficiencia y puntería para ganar en los anticipos” son algunas  de las grandes cualidades que Rodríguez le destaca como boxeador. Es evidente que si a esto le sumamos lo que sorprende a Irusta del personaje que “hasta ahora, parece ser perfecto: ya que hace todo bien desde contar cuentos a boxear, desde vestirse a hablar, pasando por sus modales y su carisma con las chicas" encontramos el complemento perfecto que le ha permitido ganar la admiración del ring side pero también de la popular con todo lo que esto significa en un país con ideologías tan divididas como Argentina.

                                                                           Jordán Gallicchio
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