"Viva el rey”, seguido de tres hurras. Así culminó la ceremonia que desplegó toda la pompa real, digna de una de las más tradicionales casas europeas. Guillermo y Máxima ya son reyes de Holanda y la fiesta sigue en las calles, con cerveza, bailes y desfiles. “Quiero desempeñarme como rey con toda la fuerza que me han dado”, dijo Guillermo en su juramento, la parte central de la ceremonia de investidura. Pero el punto más emotivo fueron las palabras que dedicó a su madre, la reina Beatriz, y a su esposa.
Con un largo e imponente manto de armiño sobre sus hombros, Guillermo agradeció a Beatriz por sus 33 años de reinado, pero también por haber cumplido plenamente su rol de madre, “apoyo en los momentos tristes” y esposa. También la elogió porque nunca se abandonó a la “popularidad ligera” sino que siempre tuvo un estilo de “estabilidad, porque representa la tradición”. Su madre, poco afecta a las emociones, se la veía conmovida con las palabras de su heredero. Sonrió, envió un beso a su hijo e incluso derramó alguna lágrima.
A su esposa Máxima, sentada a su lado, el rey le dedicó otro pasaje de su discurso. “Tomó el país entre los brazos y se convirtió en holandesa entre holandeses”, dijo y señaló que la argentina está lista para “ponerse al servicio” de Holanda. Ella le sonrío con cariño y aplomo.
A los holandeses también les habló. Les pidió “colaborar con creatividad, espíritu de empresa y apertura” y él se comprometió a proteger la “libertad y los derechos” de todos los residentes, prestando más atención a los que se sienten “vulnerables. “El hecho de que el rey no tenga responsabilidades políticas no significa que no tenga responsabilidades, agregó, recordando que su madre fue “monarca, esposa, madre e hija y no ha fallado en ninguna de sus responsabilidades”.
La reina Máxima estaba espléndida, con una tiara histórica de la reina Emma y un vestido de encaje azul eléctrico de diseñador holandés y capa con amplias hombreras, del mismo color que los vestidos de sus hijas. Entró con Guillermo de la mano a la Iglesia Nueva, donde se habían casado hace 11 años, con aire solemne ante las decenas de representantes de las casas reales del mundo y jefes de Estado y gobierno.
En medio de las hurras de su pueblo, la procesión fue iniciada por Catharina Amalia, Alexia y Arianne, vestidas con azul eléctrico y moños al tono. Las seguía su abuela Beatriz, ahora princesa de Orange, de azul oscuro y con sombrero y una roseta en su banda y el resto de la familia real, con sus príncipes y princesas. Cada uno de ellos posaba para los fotógrafos. Todos entraron a la iglesia para esperar a los nuevos soberanos, en un protocolo milimetrado pero funcional. Las princesitas se sentaron junto a su abuela, que les hablaba con ternura después de que las chiquitas ensayaran ayer la ceremonia.
Entre los invitados reales desplegaron sus más espectaculares uniformes militares los hombres y los vestidos más elegantes las mujeres. El príncipe Carlos de Inglaterra, que presenció la asunción de la reina Beatriz en 1980 y aún sin poder llegar al trono británico, estaba en su uniforme naval y se lo veía triste, como siempre. Camilla, su esposa, repitió el tocado de laureles de su casamiento en un vestido largo lila. Philipe y Matilde de Bélgica lucían esplendorosos .
Las recomendaciones de no usar sombreros fueron abandonadas. Laurentine, la esposa del príncipe Constantino, lucía una espectacular pamela. Letizia de España estaba de gris y con un “fascinator” de plumas acompañada por el príncipe Felipe, con barba rala. El beige en la pamela y el vestido fue elegido por Victoria de Suecia, la futura heredera y madrina de Catharina Amalia. La esposa del heredero de Brunei estaba cubierta por su velo islámico.
La ceremonia va a ser recordada por la reaparición de la princesa Masako y su esposo, los herederos de Japón, después de su larga depresión. Con un vestido beige largo y un sombrero, la ex graduada de Harvard y ex diplomática, sonreía con calma. El príncipe de Mónaco, Alberto, llegó sin Charlene, su esposa sudafricana.
Europa estaba representando por el presidente de la Comisión Europea, José Barroso. No demasiado lejos estaba Kofi Annan, ex secretario de las Naciones Unidas y su esposa finlandesa.
Tras la ceremonia, Guillermo y la nueva reina Máxima ya investidos regresaron al Palacio real, donde ofrecieron una recepción a las 18 miembros de las familias reales, a los legisladores, el Consejo de Estado, gobernadores, y primeros ministros de Aruba, Curazao y St Marteen, a las delegaciones extranjeras más el personal diplomático y otros dignatarios.
Luego irán hasta el Eye Amsterdam, un espectacular museo inaugurado por la ahora ex reina Beatriz en el puerto, para partir después en un paseo marítimo junto a sus hijas, escoltado por una caravana de barcos, para saludar a sus súbditos. Los holandeses bailarán hasta la medianoche para celebrar en la plaza de Dam la llegada de los nuevos reyes.
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